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Arthur Posnansky en Tiahuanaco - La arqueología.

  Artículo publicado en la revista Todo es Historia, no. 309, pp. 32-49, Buenos Aires, abril de 1993 y con el título “Arthur Posnansky y la arqueología boliviana: una bio-bibliografía”, en  Beitrage zür Allgemeinen und Vergleichenden Archaologie, tomo 16, páginas 335 a 358, Mainz, 1996. También ha sido publicada en el blog «Misterios del tiempo», cuya dirección URL es http://misterios1.tripod.com/tihuanaco1.htm

La desmesurada vida de Arthur (Arturo) Posnansky comenzó en Viena en 1873 y se apagó en La Paz en 1946. Su nombre está unido a Tiahuanaco (Tiwanaku), a cuyo estudio consagró cuarenta y dos años, parte de su fortuna y la mayoría de sus ciento setenta publicaciones. Elaboró una teoría completa de la historia humana. Arrollador, tozudo y absoluto, cruzó espadas con académicos que cuestionaban su amateurismo. Su vida fue una permanente aventura: capitán de barco, combatiente en el Amazonas, cauchero, cartógrafo, etnólogo, náufrago y sobreviviente. Su apetito intelectual no reconocía límites. Idolatrado y odiado, acumuló grandes hallazgos, pero también grandes errores que jamás rectificó.

Si en la historia de la arqueología en Sudamérica tuviésemos que hacer una encuesta acerca de cuál es el personaje más conocido y difundido en todos los niveles sociales, casi habría consenso de que es Arthur Posnansky. Su trabajo está indisolublemente ligado a las ruinas de Tiahuanaco en Bolivia y a las innumerables hipótesis seudo científicas sobre ese sitio. Desde sus primeros libros publicados en 1904, hasta la difusión comercial masiva de Erich von Daniken en la década de 1970, son por cierto miles las publicaciones que han discutido, a favor o en contra, sus ideas. La arqueología académica, por otra parte, siempre lo signó como «el enemigo», ejemplo perfecto de un amateur al que había que olvidar, desconocer y achacarle el poco avance que la ciencia tuvo en Bolivia por medio siglo. Ambas posturas hacen necesario revisar con detenimiento la vida y la obra de este pionero desde una perspectiva más amplia, tratando de entender toda su vida, su multifacética obra la arqueología es sólo una parte de ella-, incluyéndolo en una perspectiva histórica que tome en cuenta las condiciones de la ciencia en la región a principios de siglo. Vale la pena registrar que Posnansky publicó por lo menos 170 trabajos o versiones o reediciones de su obra, y que ninguna de las varias bibliografías que sobre él existen está más o menos completa, incluso sus biógrafos cayeron en la apologética o en lo melodramático, disfrazando aún más su personalidad. El mismo, poseedor de una imaginación exaltada y una personalidad peculiar, nunca se citó bien a sí mismo, hizo listas de publicaciones con errores, agregados, cambios constantes, dio por publicadas cosas que no existían (y borró otras que sí lo estaban) y llevó meses de trabajo organizar este material en el Iberoamerikanisches Institut de Berlín. Pero este artículo tiene también un objetivo que va un poco más allá de la mera revisión del pasado: es un intento de comprender una mentalidad particular, la forma de pensar y entender la vida misma de este hombre inusitado. ¿Por qué sus ideas calaron tan hondo en el pensamiento popular? ¿Por qué, durante muchísimos años, fue una figura deificada e idolatrada? ¿Por qué, para combatirlo, fue necesario el trabajo conjunto de muchos de los grandes arqueólogos de todo el mundo? Y también están las otras preguntas: ¿cómo fue posible que un hombre, individualmente, construyera una teoría completa de la historia humana, que intentara armar el rompecabezas racial, cronológico, cultural de la América prehispánica? ¿Y que esas ideas fueran asumidas, aceptadas y llevadas adelante por tanta gente? Iremos viendo de a poco qué fue realmente lo que sucedió y trataremos de entender a este peculiar personaje, sus escritos y su obra. La historia de este austríaco de familia polaca y formación germánica se inserta en la de muchos europeos emigrados a América latina que como él, llegaron sin un rumbo prefijado, encontrándose con un mundo totalmente diferente al que podían haber imaginado. Allí comenzó la Gran Aventura que fue la vida de Posnansky. Porque don Arturo, como se lo llamó más tarde, fue el prototipo del siglo pasado: militar, capitán de barco, cauchero en el Amazonas, millonario en dos años. Ingeniero cartógrafo, etnólogo, viajero empedernido, arqueólogo por afición, observador minucioso de grupos indígenas, antropólogo físico. Su vida fue una aventura que duró hasta su muerte. Vivió como un aventurero en el mayor sentido de la palabra: y cuando ya había hecho largos viajes, grandes fortunas, una guerra propia en que fue herido, náufrago y sobreviviente, luego de haber levantado planos en la zona más cerrada del Amazonas y convivido con los grupos indígenas aún aislados en la selva, es decir a los 30 años, inició su máxima aspiración, una tarea que nadie como él podía soslayar: la de la historia americana. Tiahuanaco lo cautivó incluso antes de conocerlo, ya que siendo un ingeniero naval (con rango de teniente) en la Marina del Real Imperio Austro- Húngaro, a los 19 años, escribió un corto estudio sobre las relaciones entre la arquitectura de la isla de Pascua y Tiahuanaco. ¡Y aún no se había movido del puerto militar de Pula! Pudo, aunque nosotros sepamos que estaba equivocado, construir ladrillo tras ladrillo una historia del poblamiento de América, de sus pueblos, sus razas y de la superioridad de unas sobre otras, darle fecha a cada evento, a cada edificio, explicar su significado, entender su lenguaje y traducirlo: no fue sencillo. Y escribió cientos de libros y artículos, los que llevó por el mundo entero, discutió en congresos internacionales, creó y organizó instituciones culturales para difundir lo que vino a llamarse «su credo». Era dogmático y absoluto: se estaba con él o contra él, no había otras opciones. Así, su obra y sus ideas trascendieron las fronteras e hicieron conocer en el mundo a Bolivia y sus ruinas: Tiahuanaco pasó a ser el centro de las polémicas en todo el mundo, y aún lo sigue siendo. Y aunque le tocó vivir en los años en que muchos exploradores y arqueólogos estuvieron en el sitio, y escribieron buenos y malos libros, Posnansky fue impermeable a todo. Nunca citó a nadie que no fuese a él mismo. Como no fuera en apoyo de sus propias ideas. Sus hipótesis eran establecidas desde el inicio como verdades definitivas: nunca dudó, nunca volvió para atrás, nunca rectificó nada. Hizo algunas correcciones pero siempre de forma, nunca de fondo. Sus descubrimientos no podían ser mancillados por otros, él había descubierto la verdad y era propia. Como todo buen explorador quería derechos absolutos sobre sus descubrimientos.

Explorador aventurero militar y geógrafo (1879-1903)

Es muy poco lo que se sabe acerca de la formación temprana de Posnansky. Nació en Viena, Austria, el 12 de abril de 1873: estudió en la Academia Imperial y Real de Pola (actual Pula, Yugoslavia), donde se graduó como ingeniero naval, y de inmediato pasó a desempeñarse como capitán teniente en la armada austro-húngara. Debemos recordar que la antigua Pola era una ciudad muy peculiar, limítrofe entre Europa oriental y occidental, con una gran interculturalidad, estaba cerca del puerto de Trieste y su gran movimiento marítimo. La ciudad, por los cambios políticos y territoriales, perteneció a Austria, a Italia, a Hungría y a Yugoslavia en diferentes oportunidades. La primera información que tenemos acerca de los intereses poco habituales de un marino-ingeniero lo muestra su trabajo de graduación, escrito en la misma ciudad de Pola en 1895 bajo el titulo de Die Osterinseí und ihre praehistorichen Monumente. Allí desarrolló ya la relación entre la escultura de la isla de Pascua y las grandes piedras de Tiahuanaco. Sin saberlo estaba predestinando su futuro, si es que eso es posible. El paso siguiente fue su llegada al Amazonas en 1897, coincidente con la fiebre del caucho por la que muchos centroeuropeos fueron arrastrados. Llegó a Manaos, que en esos años crecía vertiginosamente en medio de la selva, a medida que el oro pasaba de mano en mano con mayor velocidad. Posnansky había adquirido un barco, para esa época llamado Anni, de dieciocho metros de eslora. Con él comenzó a comprar caucho en la zona del Acre boliviano, para transportarlo a Manaos.

Gracias a esa lancha de gran capacidad y a la escasez de otros transportes, rápidamente se hizo de una fortuna. El barco había sido fabricado en Hamburgo y llegaría formar parte de la historia boliviana. Sus intereses culturales eran tan fuertes como su afán de aventuras, y paralelamente a su trabajo rutinario comenzó a levantar el plano del río Acre, que fue dibujando entre 1897 y 1900 en siete planchas y en escala 1:20.000, y debió de ser de gran utilidad en su época para la apertura de esa selva casi impenetrable y desconocida. Pero sus intereses iban aún más lejos y recolectó datos etnológicos de los indígenas todavía poco transculturados de la región. Existe un libro que no hemos podido consultar nunca, al parecer publicado por el autor en edición limitada en Para en 1898, bajo el titulo de Os indios Paumans e Ipurinás no río Purús, seus costumbres etnológicas. Pero en 1899 su vida cambió al comenzar la guerra oculta entre Brasil y Bolivia por las tierras de la zona del Acre. La creciente población brasileña en esas tierras bolivianas, abandonadas por la autoridad política y militar de ese país, fueron rápidamente presa de los intereses transnacionales (3). El Acre era sólo una parte del área gomera más importante del mundo y las luchas sordas por su control entre las grandes potencias ya han sido bien estudiadas (4). Posnansky se comprometió con Bolivia y, de acuerdo con el cónsul, cargó su barco con armas, municiones y medicamentos y se los llevó al aislado comisionado boliviano. Su gesto fue bien correspondido y así, con su rebautizado barco Iris, comenzó su vida de marino de guerra. Nunca pidió el pago de lo entregado y se dedicó al transporte de tropas en la región. Allí nació la marina de guerra de Bolivia.

Esta etapa aventurera ha sido contada por él mismo con lujo de detalles e ilustrada con fotografías únicas en su notable libro llamado Campaña del Acre, la lancha Iris, aventuras y peregrinaciones, publicado en 1904 en La Paz. Fue capturado, casi asesinado, sufrió heridas, relevó regiones desconocidas y posiblemente realizó su juvenil sueño de aventuras. En 1902, tras la firma de la paz por la cual Bolivia perdió la región completa, Posnansky regresó a Hamburgo para reparar su nave que había sido hundida y tenia infinidad de agujeros de bala y a colocarle un cañón y ametralladoras. Continuó, a su regreso, con sus aventuras en la zona, su barco fue capturado por Brasil y debió huir en un navío alemán. En 1903 regresó a Alemania mientras el gobierno de Bolivia vendía su único barco armado, el Iris, a Brasil. Posnansky regresó indignado dispuesto a reclamar el pago de su lancha. Allí comenzó una larga lucha con el gobierno  y Posnansky publicó su libro contando la historia de lo sucedido. Finalmente el gobierno le pagó una indemnización y Posnansky decidió quedarse en La Paz, donde se instaló a vivir en 1904. Ahora era considerado «héroe de guerra», y más tarde fue bautizado «Benemérito de la Patria». Sus fotos lo muestran siempre con galones militares, una espada en una mano y el sextante en la otra. A los 31 años culminaba triunfalmente una etapa de su vida y comenzaba otra muy diferente: la de la arqueología en Tiahuanaco. El primer trabajo que publicó en ese año critico fue una mezcla curiosa de sus intereses: viaje, exploración, arqueología y náutica, con el nombre de Un viaje en el lago Titicaca a bordo de la L. N. Carmen (álbum descriptivo), donde con buenas fotos muestra el lago en esos años tempranos del siglo. A esos mismos lugares volvería año tras año para hacer sus observaciones y muy discutidos estudios. Serian cuarenta y dos  años de su vida dedicados al lago y sus alrededores. El círculo se cerraba alrededor de Tiahuanaco.

Bolivia y Tiahuanaco: la construcción de una teoría eterna

Al instalarse en La Paz, Posnansky inició de inmediato visitas sistemáticas a las ruinas del lago. Tiahuanaco lo asombraba no sólo como aventurero sino también como ingeniero: ¿de dónde habían traído esas enormes, monumentales piedras, que pesaban toneladas?: ¿cómo las tallaron, en qué transporte las movieron, quiénes lo hicieron y cuándo? Eran grandes preguntas que la ciencia hasta ese momento no había podido contestar; era un desafío mayúsculo que si lo vemos desde una personalidad como la de él, resultaba indeclinable. Y de allí surgió su primer artículo titulado Petrografía de Tiahuanaco donde planteó varias de sus hipótesis iniciales. Básicamente pensaba que la única forma en que pudieron haber trabajado la piedra era con grandes moldes en los que se vertiera lava natural, identificó sus materiales y describió el conjunto. Este primer trabajo de 1904 recibió una furiosa critica por parte de Max Uhle, ya un prestigioso americanista, que lo acusaba de ¡plagio! En realidad comenzó una larga lucha entre ellos que llegaría hasta la muerte de Posnansky y que representa bien el habitual enfrentamiento entre el mundo académico internacional y los amateurs. Uhle acusaba al autor de haber usado su propia identificación de los materiales y le reprochaba la falta de citas adecuadas, falta de rigor, no de plagio realmente. Es verdad que Posnansky nunca hizo una cita ni dio un crédito adecuadamente: siempre lo hizo de memoria, habitualmente mal o con datos erróneos. Nunca citó a los investigadores anteriores, que como Uhle había publicado una obra monumental junto con Alfonso Stübel sobre Tiahuanaco. Y cuando los citó fue únicamente para destacar sus errores o establecer que sólo habían estado en el sitio pocos días. Quedaba claro que con él se iniciaba una nueva época en la arqueología de la región: él se consideraba un verdadero científico que permanecía largas temporadas observando cada detalle. Y eso fue lo que hizo, ya que al parecer la nota de Uhle le dolió más de lo que aparentemente demostró, obligándolo a hacer profundos estudios antes de volver a publicar.

Demoró casi cuatro años en retomar a la palestra. Entre 1908 en que presentó un nuevo artículo en Santiago de Chile, y 1911 cuando viajó a Alemania para graduarse (supuestamente) de antropólogo, publicó una serie de trabajos y desarrolló una actividad inusitada en el medio, más aún para un extranjero, lo que le permitió llegar a ser secretario de la Sociedad Geográfica, única institución nacional que se preocupaba por esos temas. Es imposible a partir de aquí citar cada publicación del autor, pero en 1910 se editaron tres libros, un álbum de fotos, siete artículos, y de uno de estos últimos hubo al menos cuatro ediciones seguidas. Acostumbraba a reeditar sus trabajos una y otra vez: normalmente hacía una primera edición en una revista y luego repetía el mismo texto con tapa especial en forma de pequeño libro, lo que hace a veces difícil contabilizar sus trabajos. Muchos de ellos fueron editados en pequeño formato y a muy bajo costo, todo lo pagaba él mismo y son ya inhallables. Y para peor, él mismo se citaba mal, haciendo que sus propios biógrafos cometieran errores incontables. Pero Posnansky pudo conformar su gran teoría con sus libros titulados Tihuanacu e islas del Sol y de la Luna (Titicaca y Koati), breves descripciones y notas, que estaba acompañado por un álbum de excelentes fotografías y su Tihuanacu y la civilización prehistórica en el altiplano andino y otros textos con títulos similares. La idea central era que la historia de las ruinas estaba unida a una serie de fenómenos o cataclismos geológicos de gran magnitud, que tuvieron lugar en épocas relativamente recientes. Estos explican las causas del poblamiento y despoblamiento del lugar. La historia era, más o menos, como sigue: una población autóctona americana, una región de clima semitropical más baja y con excelentes condiciones para la vida, un enorme lago con un nivel mayor que el actual y que cubría así gran parte del altiplano llegando hasta los límites de la ciudad que él rebautizó Tihuanacu.

En sus primeros trabajos veía una secuencia de dos épocas interrumpidas por una inundación, siendo la más antigua la más simple y en cuyo transcurso el indio inculto sólo había hecho lo más burdo de las obras. Luego fue definiendo la existencia de otros periodos y ya en 1910 definió cinco etapas: la primigenia del indio autóctono, una segunda con un invasor más inteligente y la otra raza superior, una tercera que llamó «de la piedra polígona o engastada», una cuarta de «pircas y adobes» y la Inca o final. Los Incas a su criterio habían usurpado una arquitectura que no les pertenecía, anterior, a la que simplemente le agregaron muros burdos en la parte superior. Desde el punto de vista geológico definió que el altiplano había estado en las primeras etapas a una altura mucho menor, lo que permitía un clima y condiciones de vida mejores: la cordillera aún no había emergido y el lago tenía casi cuarenta metros más de alto. Describió en sus trabajos cada edificio, tomó buenas fotos y levantó un plano topográfico, el primero hecho con instrumental óptico. Tomó medidas, comparó sus resultados, visitó cada rincón del lugar y de los otros cercanos a él. Su plano de 1904 todavía es utilizado pese a las enormes diferencias de criterio que hoy prevalecen sobre el lugar. Para comprobar su teoría hizo análisis químicos del agua del Titicaca. Recogió fósiles que envió a museos de todo el mundo, incluyendo una balsa de totora que mandó al Museo de Berlín. Es decir, aplicó todos sus conocimientos técnicos para entender lo que tenía en sus manos, replanteó sus exóticas ideas anteriores y llegó a la conclusión de que las balsas sí podían haber transportado los grandes bloques de piedra por el lago, dejando de lado su idea anterior de los moldes de lava. Un resumen de todo esto se publicó bajo el titulo de El clima del altiplano y la extensión de! lago Titicaca con relación a Tihuanacu en épocas prehistóricas, de ese mismo año.

Pero faltaba lo más importante: darle un marco cronológico a esta secuencia de eventos. Para ello tuvo otra idea que con los años llegaría a ser tal vez la más polémica de todas: el Kalasasaya, el edificio más importante del sitio, tenía para él un ligero error en su orientación a los puntos cardinales, lo cual no podía ser atribuido a una simple equivocación. Los tiahuanacotas, según él, no cometían errores dados sus elevados conocimientos y era más probable que tal cosa se debiera a cambios en la eclíptica y no a problemas técnicos o de cualquier otro tipo. Un estudio minucioso y cálculos trigonométricos complicados le permitieron encontrar el punto de intersección de la orientación del edificio con la curva del cambio de la eclíptica a través del tiempo. La intersección entre ambas le daba la fecha exacta de construcción: unos 10.000 años atrás. El resultado de esta construcción teórica, monumental pero con pies de barro, mostraba así un aspecto inusitado del problema: la existencia de dos grupos humanos, dos razas diferentes, los Collas y los Arawakos, con sus dos cultos, sus dos niveles de inteligencia, sus costumbres y sus técnicas. Unos autóctonos, más simples, «nacidos para ser dominados», los otros más inteligentes y que llevarían adelante la gran obra inmortal. Las dos primeras épocas representan el predominio de estos pueblos que, incluso hoy, viven en la región, y sobre los cuales escribiría docenas de estudios tratando de probar sus ideas. Así comenzó a mezclar razas con doblamiento, lenguas con inteligencia, habitantes actuales con antiguos. Esto fue justamente lo que, medio siglo más tarde, más atacaron sus adversarios. Pero lo que importa es mostrar que para 1911 sus teorías «cerraban», estaban completas y armadas. Posnansky hasta se permitió atacar duramente al conocido y prestigioso geógrafo Lorenzo Sundt que acababa de publicar un estudio sobre el lago Titicaca. Posnansky lo agredió en forma tremenda, con ese carácter imposible que tenia, aunque Sundt no estaba tan lejos de algunas de las ideas de su contrincante. Lo que éste no aceptaba, y tenía razón, era la extrema modernidad que le daba Posnansky a la elevación de la cordillera: tan pocos años que resultaba posterior a la construcción de Tiahuanaco. Sundt le contestó rápidamente, lo que provocó una nueva nota crítica de Posnansky donde insiste con sus ideas las que considera “ya demostradas”. Esta actitud de no considerar ninguna idea alternativa, por insignificante que fuera, caracterizó toda su vida: concebía las ideas como monolitos intocables y las hipótesis como hechos demostrados. Y cuando cambiaba de idea, cosa que a veces hacía, por cierto, era porque él mismo descubría el error. Coraje no le faltaba. El final de este período inicial se cerró con dos libros publicados en 1912, coincidentes con su salida del país: la famosa Guía general ilustrada para la investigación de los monumentos prehistóricos de Tihuanacu e islas del Sol y de la Luna; breves apuntes sobre las chulpas Urus y escritura antigua de los aborígenes del Altiplano andino, seguido de su Signo escalonado, editado en Londres en el Congreso de Americanistas de ese mismo año.

Con esto se cerraba un ciclo en su obra; pero quedaba ciertamente un aspecto que hay que tener en cuenta más allá de sus ideas, la capacidad de trabajo y la variedad de recursos con que contaba: las fotografías son excelentes; las del Álbum son de tanta calidad como las que poco antes tomara Teobert Maler en Guatemala y México. Gran calidad tienen sus levantamientos topográficos, minuciosas observaciones trigonométricas, astronómicas y geológicas. Se preocupó por indicar la forma como los bloques pudieron ser movidos, la manera en que se hizo y con qué tipo de palancas, la diferencias en las herramientas para tallar los tipos diversos de piedras y levantó planos hasta de pequeños detalles. Por supuesto todo estaba teñido de su propia visión y cuando los datos no alcanzaban recurría a la fantasía: lo que era inamovible era la estructura básica, el esquema cronológico secuencial, las razas responsables y la contemporaneidad de los cataclismos geológicos con el hombre. Para 1912 ya había llegado a la conclusión de que Tiahuanaco era el punto inicial de la alta cultura americana, que de allí se dispersó hacia todo el continente y que los constructores del lugar dejaron en la piedra sus mitos, sus conocimientos y sus “ideografías” o signos que permitían comprender su pensamiento. Era “casi” un sistema de escritura altamente simbólico.

Este original austriaco, llegado en los finales de 1903 a La Paz, conduciendo el primer automóvil que viera Bolivia, e inició el año siguiente dándose a conocer en la sociedad de la ciudad con su libro sobre la lancha Iris. Acostumbraba pasear su elegancia germánica y su rubia cabellera con el uniforme blanco de Benemérito de la Patria, involucrándose con un mundo que, seguramente para él, era sólo una aventura más. Pero ésta era la definitiva, la más grande de su vida. Creo que es posible decir que la edificación de su teoría sobre Tiahuanaco y el hecho de haber dedicado cuarenta años a defenderla, fue su más importante gesta. Nunca lo entendieron así ni Max Uhle, ni Eduard Seler, ni Lorenzo Sundt, ni José Imbelloni, sus más grandes polemistas. Estos eminentes opositores peleaban desde trincheras diferentes, desde el mundo académico, desde el lugar donde se cometen errores, se los rectifica con ganas o no, se citan los aportes de otros, se discute con cierto nivel, con más o menos libertad o posiciones de poder, pero en donde la polémica es parte del trabajo cotidiano.

Doctorado en antropología en Berlín: Apoteosis polémica (1911-1914)

La vida de Posnansky siempre estuvo estrechamente unida con Alemania, no sólo por el idioma sino por fuertes afinidades culturales. Posnansky había nacido en Viena, en ese entonces capital del Imperio Austro-Húngaro, y su padre Charles había viajado a México como miembro del ejército invasor de Maximiliano de Austria. A su regreso, Charles había fundado un laboratorio de química en Viena que rápidamente tuvo sucursales en Berlín y Colonia. En todos sus escritos citó casi únicamente autores germanos y por lo general sólo aceptó como buenos los instrumentos o técnicas allí desarrolladas. Para la mayoría de sus contemporáneos fue alemán, cosa que tampoco se molestó en desmentir, a lo que se sumó que a partir de 1904 comenzó a editar en Alemania y en alemán. En 1911 salió de Bolivia para participar en el Congreso Internacional de Americanistas como delegado oficial y luego se instaló en Berlín hasta el inicio de la Primera Guerra, cuando regresó a América. En esos tres años estudió (supuestamente) con Félix von Luchan y Rudolf Virchow, y publicó algunos de sus trabajos más importantes y conocidos. También sostuvo su polémica más agria con Max Uhle. Aprovechó el viaje para entregar varias colecciones arqueológicas a los museos de Munich, Goteborg, al Museo del Hombre de París e incluso al Bernardino Rivadavia de Buenos Aires. Estas piezas habían sido recolectadas por él mismo y una parte era de la colección Rocha que había comprado en 1904. Al Museo de Etnología le entregó una balsa de totora de cinco metros de largo. Asimismo, al Museo de Historia Natural de Berlín le llevó sus especímenes animales y minerales; también allí se hizo miembro del Instituto de Antropología y de la Sociedad Geográfica.

Sus publicaciones pueden dividirse en los articulos y los libros. Los primeros son cuatro; el que reseñaré al final es el que dedicó a su polémica con Uhle que fue editado en alemán y en español. Recordemos que sólo en esta estadía Posnansky tuvo contacto con verdaderas editoriales, ya que en Bolivia no existían. Allí eran imprentas donde él mismo debía hacer el trabajo de edición y pagar los costos. Salvo por la Sociedad Geográfica tampoco había revistas culturales para este tipo de trabajos. Pero regresando a sus artículos, quiero describir su Die Alterturmer von Tihuanacu, donde reseñaba sus ideas principales, publicado en los Zeltschrift fur Ethnologie, estrenaba el volumen I y seguidamente en el II incluyó su Praehistoriche ideenschriften in Sudamerika. En este último artículo explicaba el sistema ideográfico que había existido en Tiahuanaco y entablaba una polémica con su profesor Virschow sobre las formas de los cráneos y sus deformaciones, utilizando como ejemplos varias vasijas con rostros en relieve. El tercer artículo difundía un invento suyo, un aparato que permitía que en las fotografías salieran las medidas de los cráneos. Era un sistema ingenioso en una época en que los estudios craneales eran todavía muy importantes. Pero la perla del año fue su Eine Falsche Kritik Max Uhle’s con un anexo sobre Stübel. Vale la pena ver qué fue lo que Uhle había escrito sobre don Arturo. En realidad en su nota de 1912 publicada en la Revista de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, centraba sus críticas en dos temas: primero la falta de referencias a obras anteriores, en especial a la suya y la de Stübel. Insiste en que él mismo tiene tanto material como Posnansky aunque nunca lo publicó y que éste nada nuevo aportaba al tema: que le plagió las referencias a los materiales geológicos y que usó las excavaciones de Courty de 1903 sin darle los créditos adecuados. Escribió tajantemente que “si alguien ha contribuido fuera de Tiahuanaco al conocimiento del periodo a que aquellas ruinas pertenecen, creo que he sido yo”. Asimismo, asume que él fue quien dio la idea de que esas ruinas eran parte de “un periodo peruano general» y que hubo por lo menos dos culturas anteriores en el tiempo”, de allí que la cronología no podía ser más antigua que unos 1400 años desde el presente.

Por cierto que tenía razón don Max. Luego le enrostra el fechamiento por una orientación, supuestamente resultado del tiempo y no de errores de construcción y que el nivel de lago hubiera cambiado tanto. Sin entrar en muchos detalles, le critica la división en sólo dos etapas y él mismo da datos que permiten vislumbrar un tercer estilo asociado a monumentos de afuera de Tiahuanaco. Sabiamente terminaba diciendo que “hay que esperar la solución de tales problemas en tiempos futuros”. Obviamente, don Arturo no hizo esperar su respuesta que se publicó en dos idiomas, haciendo extensiva la polémica al viejo Stübel. Trata al artículo de “pasquín” y dice que “está inspirado por el odio y la envidia” de alguien que niega a los demás la posibilidad de investigar con independencia de él. Y centró su primer ataque en el hecho de que él hacía diez años que estaba en el sitio, que hizo los planos y triangulaciones por su propia mano y que tiene en La Paz su propio laboratorio y museo, mientras que Uhle sólo había estado en Tiahuanaco dos días, dos años después de haber hecho su obra. Después arremete con el tema de lo tiahuanacota en Perú o lo peruano en Tiahuanaco y a la atribución de Uhle de la construcción de las ruinas a los aymará. El, en cambio, se la atribuye a los urus y que éstos “son hechos y no gratuitas afirmaciones”. Ambos pecaban de lo mismo. Asimismo aseguraba que la fecha de 10.600 años “no es un cálculo sacado por mí en el aire, sino que está basado en observaciones científicas”. Y era verdad, las observaciones eran correctas: lo equivocado era la suposición sobre la que se basaban. Porque al final, si Posnansky hubiera aceptado lo que sus propios datos daban, es decir que la curva del movimiento de la eclíptica se cortaba no únicamente para el 10.600 si no también para el siglo VI d.C., ambos hubieran estado muy cerca de la verdad. Pero don Arturo arremetió con todo y hasta lo acusó de ladrón y traficante, ya que en su viaje al Titicaca había comprado antigüedades para el Museo de Berlín, cosa que él también hacía públicamente.

Todo se transformó en una pelea de bajo tono en la que acusó a Uhle de haber cortado una foto que él mismo le regalara para presentarla como suya propia. Al final terminó diciendo que “deseo que Uhle evoque a Huirajocha y al Todopoderoso Pachamama, para que le sane su furia y su envidia”. Al año siguiente se editarían en Berlín dos obras centrales en la bibliografía de Posnansky: su pequeño Das Trappenzeichen in den Amerikanischen Ideographien mit besonderer Rucksicht auf Tihuanacu en edición lujosa y bilingüe a dos columnas. Fue el primero de tres tomos que nunca se completó como colección y cuyo titulo de serie fue Thesawus Idiographiarum Americanarum. Se trataba de analizar el signo escalonado, que don Arturo consideraba como el más importante de los ideogramas tiahuanacotas, su difusión primitiva por todo el continente y la base en la escritura aymara. Este símbolo de cielo y tierra era extrapolado hacia construcciones como la Puerta del Sol, las terrazas escalonadas, las plataformas arquitectónicas y hasta las placas de bronce del noroeste argentino. Es decir que toda la arqueología americana se podía explicar a través de este símbolo básico y algunos conexos. Pero pocos meses más tarde se editó la que fue por muchos años su obra de mayor aliento, la gran Eine Praeshistoríche Metropole in Sudamerika en edición bilingüe y del mismo editor. Esta vez era un enorme volumen bien ilustrado, con planos y dibujos por cientos, donde Posnansky completaba con lujo de detalles sus teorías. El texto comenzaba con consideraciones paleo antropológicas de tipo general sobre su idea del desarrollo de la humanidad: luego pasaba a una historia geológica, de cambios climáticos, de transformaciones y elevación del lago. Incluyó aquí todas sus observaciones en la zona de tipo químico, geológico, botánico y zoológico. Luego explicó su periodifícación en cinco etapas, los rasgos estético-arquitectónicos de cada una, los edificios más significativos y otros detalles. También incluyó un largo estudio sobre los tipos de cráneos que se encuentran en el sitio y sus alrededores y las deformaciones y formas de trepanación conocidas. La segunda parte es una historia de las ruinas, un estudio muy detallado de cada sector, con fotos, planos y detalles bien dibujados, que culmina con la Puerta del Sol, la obra máxima del sitio según su interpretación y parte compositiva del enorme calendario solar que era el Kalasasaya. Completaba el libro un nuevo estudio del Signo Escalonado como parte de un sistema complejo de ornamentos iconográficos y finalmente incluyó un estudio iconológico. Para quien no estaba profundamente compenetrado con los avances en la arqueología americana de esos años, el libro era monumental, escrito en un lenguaje claro y ameno: se presentaba como un libro que cerraba el tema. Y así fue tomado por miles de personas en el mundo entero, en especial en Bolivia, por muchísimos años. Y romper esa tradición costó medio siglo de esfuerzos de la ciencia internacional. El bravo don Arturo ganaba otra batalla. Veremos cómo terminó la guerra.

Pero la guerra real asomaba su cabeza en Europa y Posnansky decidió regresar al altiplano y no comprometerse como marino; es difícil saber qué hubiera pasado en otro caso. Pero lo importante es que hacia finales de 1914 estaba nuevamente en La Paz mostrando su obra editada a todo lujo en Europa. Pero en los cinco años que duró la guerra europea escribió muy poco y editó sólo seis trabajos, varios de ellos en el viejo Boletín de la Sociedad Geográfica. Ahora sin embargo se notaba un cambio importante, se abría una nueva rama en sus ya amplios temas: la antropología, a la vez que retomaba su viejo trabajo de etnólogo. Tiahuanaco siguió como siempre al frente de todo y su obra El gran templo del sol en los Andes fue editada en francés en La Paz, junto con algunos otros artículos que volvían con el mismo argumento. En el campo etnológico publicó un primer estudio sobre La lengua chipaya (Carandas, Bolivia), que tuvo tres ediciones diferentes y seguidas. En él hacia un estudio detallado de ese grupo marginal y casi desconocido, su lenguaje, vestimentas, vivienda y formas de organización social, e incluyó detallados estudios antropométricos. Todo lo cual le servía para echar agua a su molino.

La arqueología del tercer mundo entre ruinas y racismo (1918-1932)

En el año 1914 regresó triunfante don Arturo a La Paz, donde la guerra era algo que existía, pero muy, muy lejos. Pudo entonces retomar sus temas predilectos, más ahora que sus libros de Berlín habían marcado un punto culminante de su trabajo. Según él, había logrado lo que muy pocos aventureros o exploradores de la época: explicar la historia de Tiahuanaco, o mejor dicho, de toda América, en una construcción perfecta y sin fisuras. Había descubierto 10.000 años de historia humana, el lugar de origen de la vida americana, y hasta había logrado traducir su escritura. ¡Qué más podía pedir de la vida! Ahora debía dedicarse a defender celosamente su fortaleza. Para ello llevó adelante una tarea que muy pocos en América Latina hicieron en estos años: publicó un centenar de artículos y libros, filmó películas, llevó grupos de visitantes de todos los países, organizó una misión alemana de astrónomos, participó en congresos internacionales, construyó su propia casa-museo, aumentó su colección, creó nuevas polémicas, dibujó nuevos planos topográficos todavía más detallados, hizo lo humanamente posible para proteger al sitio de los constantes saqueos, construyó un templete moderno en la plaza del Stadium de La Paz e hizo llevar allí las mejores esculturas del sitio. Todos en Bolivia, y los interesados y expertos del mundo entero, lo amaron, lo odiaron o lo dejaron de lado; pero nadie pudo desconocerlo. Entre 1918 y 1932 publicó cincuenta trabajos arqueo-antropológicos diversos. Se inician con El ekeko (alacita), contribución al folklore boliviano, cuyo contenido es interesante porque es un tipo de estudio donde no intentó desarrollar ideas particulares. Un estudio correcto, simple, sin aspiraciones de ser más de lo que en realidad era. A partir de allí escribió poco hasta 1921 cuando editó un libro, en realidad una antología de artículos bien ilustrados bajo el nombre de Templos y viviendas prehispánicas. Pero aquí sí aprovechó los ejemplos de arquitectura para demostrar su hipótesis: básicamente mostró que la arquitectura evolucionó en las etapas tiahuanacotas de la cueva a la casa, pasando por viviendas semisubterráneas. Ya antes había identificado unas pequeñas tumbas de las ruinas como viviendas donde la gente dormía en cuclillas. Mostró como la arquitectura incaica era también tiahuanacota y terminó con la idea de la relación entre las razas, la cultura y las formas de los cráneos.

Cada vez iba delineando más la idea de asociar capacidad intelectual con volumen craneal, y razas con capacidad, inteligencia, laboriosidad, bondad. El final de algunas de estas ideas está comprendido en una serie de artículos en 1922 titulado ¿Quiénes eran los incas? que llegó a presentar en Río de Janeiro. Allí criticó a todos los cronistas y autores para mostrar que los incas eran sólo un mito historiográfico y que en realidad, según don Arturo, éstos se habían apropiado de la cultura de Tiahuanaco en el Cusco para asumirla como propia. ¡Casi nada para decir ante el mundo académico, sobre todo el peruano! En 1924 viajó nuevamente a Europa para participar en el Congreso Internacional de Americanistas que se celebró en Goteborg; de paso aprovechó para acercarse a Berlín y dar una conferencia en el Observatorio Astronómico de Postdam, dirigido por Hans Luddendorf, insigne científico que estaba muy interesado en la astronomía de los mayas. Años más tarde lograría que él y un grupo de Postdam viajara a La Paz para trabajar conjuntamente en las ruinas. Aprovechó para presentar su sempiterno tema de la orientación del Kalasasaya, la Puerta del Sol y la cuestión del calendario, incluyendo nuevas triangulaciones de los edificios. También publicó en revistas y antologías de La Haya, Londres, Hamburgo y Frankfurt. En los años siguientes siguió viajando a congresos en Buenos Aires, Nueva York, México, La Plata y en todo lugar donde hubiera un evento importante. Sus trabajos son redundantes hasta el aburrimiento y los cambios no dejan de ser mínimos. Esto llama un tanto la atención, pero me hace pensar en por qué Posnansky nunca pudo romper con esa rutina; un buen ejemplo es el artículo que se publicó en el Congreso de Americanistas de Sevilla de 1935 titulado Las ideografías del coloso Tihuanacu, en el cual contaba que había terminado, la excavación del Monolito Bennet, descubierto por dicho arqueólogo norteamericano. Don Arturo había terminado de excavarlo, limpiando la parte posterior que nunca había sido vista ni por su descubridor, la hizo parar, sacó dibujos, fotos, moldes y mandó trasladarlo a la ciudad de La Paz. Sólo la presentación de esa información habría sido más que suficiente pero no pudo detenerse allí, tuvo que incluirla en su cronología milenaria.

Para terminar con sus escritos arqueológicos de este periodo debe mencionarse una serie dedicada a probar que antes de Colón hubo otros contactos con América. Se valió para ello de las Perlas Aggri, cuentas de vidrio venecianas que encontró usadas en collares y prendas que identificó como prehispánicas. Es decir, a partir de que los objetos que tienen las cuentas eran antiguos, la deducción de que alguien debió traerlas se hacía obvia. De manera que salió a buscar a quién cargarle las culpas. Lo mismo ocurre con sus trabajos sobre los keros incaicos; él supone que son preincaicos, típicamente tiahuanacotas y por eso aquéllos que tienen imágenes de tipos u objetos europeos -hoy sabemos que son del siglo XVI-, podían ser evidencia de contactos precolombinos. Siempre el mismo mecanismo de pensamiento que lo lleva a construir; tautologías perfectas, indiscutibles. El mismo escribió: “No es necesario hallar esqueletos del hombre terciario para afirmar categóricamente su existencia, pues basta con establecer deducciones irrefutables”.

Pero además de la cuestión arqueológica, don Arturo comenzó paulatinamente a revisar otros temas. Escribió sobre los más dispares; desde los descubrimientos de Einstein hasta las últimas novedades en criminología. Y fue esto último lo que lo llevó hacia una concepción racista del hombre sin poder escapar de las corrientes similares que estaban empezando a circular en otras partes del mundo. Lo notable es que Posnansky nunca fue racista con el indio; por el contrario, siempre lo defendió y entendió que su situación era consecuencia de la pobreza y la explotación. Posnansky escribió en 1923 un libro increíble titulado Impulsos atávicos: el caso de Polonia Méndez, con el subtítulo de “Consideraciones antropológico – psiquiátricas referentes a un crimen llamado pasional”. Se trataba de un caso que había sacudido la opinión pública paceña y don Arturo trató de demostrar que la joven Polonia no actuó con premeditación si no que lo que la movió al asesinato fue un “impulso atávico”, una degeneración racial hereditaria contra la cual no podía luchar. Describe en el rostro de la joven y su complexión física la presencia de los rasgos de la “raza inferior”, en realidad, una raza degenerada por “reflejadas y depravadas costumbres” que generaron “hijos neuropáticos”. En particular el largo del brazo en relación con el cuerpo era síntoma indudable de esta degeneración. Por supuesto no todos los que tenían esos rasgos eran criminales ni viceversa, pero era más probable que incurrieran en ello ya que “no podían evitar el llamado de la sangre”, “inconscientemente llevaban el fatal germen engendrado por los placeres de sus antecesores”. Eran signos no discutibles de esto el cerebro pequeño (por falta de trabajo intelectual), la forma de las orejas, el cuarto molar, la quijada colgante y el tamaño de la frente. A estas personas «sólo les es suficiente que en los momentos de la concepción estén bajo el pasajero uso del alcohol, para que se altere su sangre», y esta suma de degeneración racial y relajamiento moral producía casos como el de Polonia. Los responsables no eran los protagonistas, era el medio social que no educaba a cada grupo por separado. Así, en este trabajo, cerraba ideas que habían surgido mucho antes: “todo lo somático en la hembra, como hemos dicho, es más infantil, más fino, en suma más idealizado y last not least, más primitivo”, y sigue: “concretamente en su intelecto es sumamente inferior al hombre”. Cuanto más antigua era una raza, es decir, cuanto más cerca estaba del hombre primitivo, “más propensa estaba a regresar a esas formas de vida salvaje”. Pero no creamos que Posnansky hablaba de esto sólo en tiempo presente: don Arturo lo lleva hacia atrás y muestra cómo estos rasgos se pueden ver entre los pueblos prehispánicos, y para ello es perfecto el tipo de cerámicas pornográficas de la costa peruana. Estos huacos mostrarían un culto al sexo, una “constitución neuro-psicopática” junto con “anomalías patológicas en el funcionamiento cerebral”. E igual que antes, quería mostrar que esa degeneración cultural-psicológica tenía una explicación racial: que los cráneos hallados en excavaciones en esos sitios mostraban conformaciones diferentes, con rasgos degenerados por su primitivismo: su criterio, las causas de su conducta siempre están predeterminadas por la composición genética y somática.

Este periodo termina con trabajos como la publicación del manuscrito de fray Bartolomé de Mora, con prólogo de Alfred Metraux en 1931 y otros artículos más sobre los mismos temas. Pero en este tiempo se desató otra gran polémica que no podemos dejar de citar: la que mantuvo con José Imbelloni quien en 1926 publicó su primera Esfinge indiana en Buenos Aires, libro en gran medida dedicado a discutirle a Posnansky todas y cada una de sus ideas. A su vez ambos publicaron en periódicos de sus respectivas ciudades articulos y contra-artículos de diversos grados de grosería. Si bien esta pelea ya ha perdido actualidad, vale la pena revisarla para entender la personalidad con la que estamos tratando. Por cierto, ninguno de los dos salía muy bien parado en este enfrentamiento, y muchas de las cosas que ambos se dijeron no eran precisamente mentiras. Cabria dedicarle unas líneas a la Misión Astronómica Alemana que viajó a Tiahuanaco por iniciativa de Posnansky. Estaba constituida por el director del Observatorio de Postdam, Hans Luddendorf, los astrónomos Arnold Kohlschutter y Rolf Muller además de Friederich Becker de la Specula Vaticana de Roma. Permanecieron varios meses algunos y Muller un par de años (entre 1928 y 1930) haciendo observaciones astronómicas y en parte trabajando en las ruinas y otros sitios cercanos. Muller publicó algo sobre el tema, lo que don Arturo presentó en Nueva York. Hay un último acto por parte de Posnansky que se puede incluir en este periodo: la construcción del Palacio Tihuanacu en La Paz, como su propia vivienda y museo. Esto le insumió grandes esfuerzos, y cuando la terminó pasó a ser propiedad del estado: allí continúan aún hoy el Museo Nacional y el Instituto de Antropología. Se trataba por entonces de un gigantesco edificio en cuya fachada y decoración interior se usaban elementos decorativos prehispánicos en general y tiahuanacotas en particular. Es una obra notable que se inserta en todo el proceso de la arquitectura neoprehispánica en América latina, y que tuvo gran influencia en la Argentina en la obra de Héctor Greslebin y en Perú en el antiguo Museo Nacional. El llamado Palacio fue construido por él en 1916, y en 1919 fue alquilado por el gobierno para sede del Museo. Indudablemente fue el edificio más característico de la ciudad, aun lo es hoy y muestra no sólo la disponibilidad de dinero de don Arturo, sino también el papel que jugaba en la sociedad de la época.

El patriarca incomprendido y la sociología del racismo

El inicio de la guerra del Chaco cercenó abruptamente todos los proyectos de Posnansky. La loca y absurda guerra contra el Paraguay causó una parálisis cultural en todos sus aspectos, y también sus hijos tuvieron que ir al frente de batalla. Los tres siguientes años fueron de una inactividad casi total en la arqueología, aunque Posnansky continuó escribiendo sobre otros temas que luego analizaremos, aunque todos fueron teóricos o políticos, sin trabajo de campo de por medio. Únicamente aprovechó el tiempo para completar el nuevo plano trigonométrico de Tiahuanaco. Esta vez resultó aún más amplio y con curvas de nivel en cada edificio, en un trabajo magnífico y muy poco común en esa época en América latina. Asimismo, aprovechó para invitar a dos arqueólogos argentinos jóvenes a excavaren las ruinas. Fueron éstos Eduardo Casanova y Martín Doello Jurado, quienes hicieron varias excavaciones en 1933 que luego fueron publicadas; e incluso llevaron a Buenos Aires una buena colección y una reproducción de la Puerta del Sol. El resultado fue importante y ellos mismos escribieron: “creemos, pues, que ha llegado el momento de abandonar las interpretaciones teóricas y dedicarse con intensidad a excavar sistemáticamente a gran escala”. Asimismo se inició por su gestión la construcción de un moderno Templete Semisubterráneo en La Paz, frente al Stadium a donde llevó  esculturas de las ruinas, entre ellas el monolito Bennet. Esta obra fue completada en 1937 y pese a los obvios errores históricos que tiene, le dio a Tiahuanaco una enorme difusión al tiempo que ayudó a crear conciencia entre los mismos bolivianos sobre la importancia de preservar el sitio.

Coincidía esta obra con un momento histórico peculiar de marcado nacionalismo político. La Plaza del Hombre Americano como se llamó, todavía sigue siendo un símbolo de la nacionalidad y del orgullo boliviano. Fue sólo a partir de allí cuando Posnansky retomó con nuevos bríos sus publicaciones sobre arqueología y esto duró hasta su viaje en 1943 a Estados Unidos, tras la muerte de su hijo Raúl en un alud en la montaña. Permaneció en Estados Unidos hasta el final de la guerra mundial. Regresó a La Paz y falleció en 1946.

En esos diez años publicó cuarenta trabajos diversos y varios de ellos en doble y triple edición como en sus años mozos. En el área arqueológica siguió con Tiahuanaco y el tema de su orientación astronómica, los signos de proto-escritura y sus viejos caballos de batalla. Organizó con la visita del presidente de la república un acto solemne durante la salida del sol del año nuevo de 1943. Allí, con una gran cantidad de público, se llevó a cabo un acto masivo que remarcaba las concepciones raciales y nacionalistas a ultranza que sus ideas estaban preconizando. El tema del autoctonismo ya era un problema de credo, de mito básico de la nacionalidad y cuyo uso político estaba viviendo un auge. A punto tal que don Arturo declaró que “Tihuanacu ya no constituye un enigma. Sabemos quiénes la construyeron, cuál era su religión, para qué sirvió, cuándo fue edificada y cómo sucumbió”. Un hombre de setenta años le anunciaba al mundo que el tema quedaba cerrado. En estos años publicó textos coloniales como el vocabulario de Bertonio, la obra de Manuel Fernández Sapahaqui y, en una edición importante, a Guamán Poma de Ayala. Este trabajo salió por partes en el Boletín de la Sociedad Geográfica y luego fue reeditado en conjunto en una publicación de enorme grosor, durante mucho tiempo la más completa y accesible de América latina. Fue realmente un trabajo loable e importante. En 1943 y 1944 volvió a ser presidente de la Sociedad. Esta segunda mitad de su vida fue pródiga en publicaciones etnológicas-antropológicas-raciales. En 1937 salió a la calle el libro que sintetizaba todas sus ideas básicas titulado Antropología y sociología de las razas interandinas y de las regiones adyacentes, que se reeditó al año siguiente. Era un volumen de 155 páginas bien ilustrado que compilaba la información que había recabado a lo largo de muchos años.

El centro del tema era la comprobación de la existencia de dos razas, los collas y los aruwakes, siendo estos últimos la “raza primordial de América”. De esa manera va juntando datos, o tergiversándolos, hasta mostrar cómo la lucha entre ambos pueblos formó la historia americana, cómo cada uno de estos pueblos tiene rasgos somáticos propios que son aún hoy fáciles de reconocer y que a cada uno le corresponden características psicoculturales propias. Es así como las lenguas, razas, culturas, vestimentas y demás sirven para mostrar de qué forma los collas dominaron a los aruwakes y cómo Tiahuanaco fue la mejor expresión de esa etapa de la historia. Amplios estudios craneométricos apoyan sus disquisiciones. Estas ideas crecían cada vez más: los collas eran el “fíerrenvolk”, mientras que los aruwakes eran los “Herdenvolk”. Era este un pueblo “que cuando no tenía un Fuhrerde estirpe kolla caía nuevamente en la barbarie”. De allí que los dominados crearan «trabajo inútil» para poder sojuzgarlos y no darles tiempo a que regresaran a su estado original. Y así llegó linealmente a pensar que se debían impartir educaciones diferenciales a las distintas razas en una especie de sociedad de castas donde cada uno ocupa desde su nacimiento un lugar fijo y permanente. En estos términos publicó varios articulos sobre estos dos tipos fundamentales en Washington, México y Lima. Fue precisamente lo que se editó en México lo que provocó fuertes presiones promovidas por personalidades como Juan Conas y Herbert Passim, quienes criticaron la necesidad de educaciones diferenciadas: eso “debe ser refutado con indignación por antropólogos y psicólogos” de todo el mundo. Esta reacción causó una serie de notas de sus partidarios de Bolivia, muy rápidamente, algunas repitiendo los argumentos impuestos por el maestro en cuanto a la forma de pensar: escribían que sobre Bolivia “estaban equivocados porque nunca habían estado allí”. Lo mismo que don Arturo venía diciendo de Uhle desde hacía casi medio siglo. Pero de todas formas hay algo que debemos tener en claro en esta postura racista de Posnansky: nunca fue discriminatorio del indígena en forma masiva sino por el contrario, creía que “la coca y más tarde el alcohol, han sido y son los principales factores de la decadencia y la desgracia de esta gente”, y que ambos elementos habían sido o introducidos o masificado en su consumo por los españoles “con propósitos y miras de explotación del indio”. Discriminaba pero era sutil en sus implicaciones al fin y al cabo. Sin embargo dice: “el indio y el cholo, aunque tuvieron provecho en hablar la verdad, no lo hacen, prefiriendo la mentira que les es innata, la hemoglobina de su sangre parece estar compuesta y aliada con ella”: en realidad el problema era supuestamente que aún “no han mendeliado hacia el blanco”, lo que sí es muy fuerte, no es discriminación, es racismo. Y esto viene de quien criticaba a los nazis de su tierra, de quien se refugió en Estados Unidos durante la guerra y de quien acusaba a Hitler y su grupo de favorecer una supuesta raza aria que para él era una “raza mixta con elementos inferiores desde su propio origen”.

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