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La vida en la Tierra a través de las glaciaciones, los cataclismos y las eras geológicas

https://oldcivilizations.wordpress.com/2018/11/18/la-vida-en-la-tierra-a-traves-de-las-glaciaciones-los-cataclismos-y-las-eras-geologicas/

gió una mujer, conocida como la Hija de Manú, con la que se unió para dar origen a la nueva generación humana. En la cultura china, el agua siempre ha estado en relación con el nacimiento de la humanidad. Fue el gran héroe Yü (el domador de las aguas) quien consiguió que la masa líquida se retirara hacia el mar, logrando tierras aptas para el cultivo. De los distintos relatos del diluvio se encuentra el de Fah-le, que fue ocasionado por las crecidas de los ríos en el 2300 a.C. Pero la más antigua de las tradiciones, cuenta que Nu-wah se salvó junto a su mujer, sus tres hijos y las esposas de éstos, en una embarcación donde dieron cabida a una pareja de cada animal conocido. Tan importante es esta leyenda de Nu-wah que hoy en día se escribe la palabra “nave” en chino, representada por una barca con ocho bocas dentro, en alusión a los ocho seres que se salvaron de la catástrofe. Probablemente, la doctrina de la destrucción del mundo (pralaya) era ya conocida en los tiempos védicos (Atharva Veda). La conflagración universal (ragnarök), seguida de una nueva creación, forma parte de la mitología germánica. Estos hechos parecen indicar que los indoeuropeos no ignoraban el mito del Fin del Mundo. El historiador de religiones sueco Stig Wikander ha indicado la existencia de un mito germánico sobre una batalla en todo similar a los relatos paralelos indios e iranios. Pero a partir de los Brâhmanas y, sobre todo, en los Purânas, los indios desarrollaron laboriosamente la doctrina de las cuatro yugas, las cuatro Edades del Mundo. Lo esencial de esta teoría es la creación y destrucción cíclica del Mundo —y la creencia en la «perfección de los comienzos»—.

Los acadios, babilónicos y sumerios coinciden en que el arca llegó al Monte Ararat (al igual que el Noé bíblico). Las demás religiones siempre se refieren a un monte local. Así es que los griegos hablan del monte Parnaso, los hindúes del Himalaya y los indios americanos del norte, del monte Keddi Peak, en California. Prácticamente todas las razas y pueblos cuentan entre sus leyendas con la del hombre (por lo general junto a su familia) que, por gracia divina, se salva de un castigo en forma de diluvio que termina con los hombres y los animales. En la mayoría de los casos, salva una pareja de cada especie animal y junto a sus familiares conforma la nueva generación de la raza humana. Se puede decir que es el único acontecimiento que toda la humanidad ha compartido casi al mismo tiempo. Se sabe que más del 75% de la tierra está formada por depósitos sedimentarios. En la India encontramos depósitos sedimentarios de hasta 20 km. de profundidad. Y hay un dato sorprendente: los geólogos han encontrado, entre los depósitos sedimentarios, cantidades de fósiles en los que aparecen restos humanos, animales, plantas y utensilios, todo mezclado. Se ha llegado a la conclusión que para que se produjese este hecho fue necesaria la presencia de un medio aglutinante, que moviera todo en la misma dirección y que todo quedara en un lugar, para ser sepultado por el aluvión. Los yacimientos petrolíferos, formados por materia orgánica, son otra prueba de esta aglomeración de restos orgánicos. Incluso se han encontrado fósiles de insectos, en los que no hay huellas de desintegración, lo que habla de una muerte súbita y de un enterramiento casi instantáneo. Esto es característico de un acontecimiento ocasionado por una gran ola de agua, seguida por un asentamiento de todas las partículas en flotación. Quizás la gran prueba de esta catástrofe sería encontrar la nave que salvó a una familia y a un grupo de animales. La famosa Arca, que dicen las crónicas se encontraría atrapada en la cumbre del Monte Ararat. Esa es, sin duda, la prueba tangible de la existencia de esta leyenda universal que es el diluvio. Todos estos relatos demuestran que, aunque cambien los nombres, probablemente estamos hablando de la misma persona o distintos supervivientes de la catástrofe. Xisutros sería el Ziusudra sumerio, lo mismo que el Atrahasis asirio, el Noé bíblico, el pastor Inca, el Manú hindú, el Nu-wah chino y el Uta-Napishtim babilónico. Quizás todos hacen referencia a un único relato, tal vez muy relacionado con sobrevivientes de la Atlántida, Lemuria o alguna de las civilizaciones sepultadas por las aguas, allá en los comienzos olvidados de nuestra historia o, para mejor decirlo, de una de nuestras historias.

¿Cuánto habría aprendido la Paleontología si no hubiesen sido destruidas millones de obras? Hablamos de la Biblioteca de Alejandría, que ha sido destruida tres veces. Una, por Julio César, el 48 antes de Cristo; otra, el 390 después de Cristo; y una tercera en el año 640 después de Cristo, por un general del Califa Omar. Pero, ¿qué es esto en comparación con las obras y anales destruidos en las primitivas bibliotecas Atlantes, que se dice estaban grabados sobre pieles curtidas de gigantescos monstruos antediluvianos? ¿O bien en comparación de la destrucción de los innumerables libros chinos por orden del fundador de la dinastía imperial Tsin, Tsin Shi Hwang-ti, el 213 antes de Cristo? Seguramente las tablillas de barro de la Biblioteca Imperial Babilónica y los inapreciables tesoros de las colecciones chinas no han podido contener jamás datos semejantes a los que hubiera proporcionado al mundo una de las mencionadas pieles grabadas atlantes. Pero, aun con la escasez de datos de que se dispone, la Ciencia ha podido ver la necesidad de hacer retroceder casi todas las épocas babilónicas. Sabemos por el profesor Sayce que hasta a las estatuas arcaicas de Tel-Ioh, en la baja Babilonia, les ha sido atribuida una fecha contemporánea a la cuarta dinastía de Egipto. Desgraciadamente, las dinastías y las pirámides comparten el destino de los períodos geológicos. Sus fechas son arbitrarias y dependen de la fantasía de los respectivos hombres de ciencia. Los arqueólogos saben ahora que las mencionadas estatuas están construidas con diorita verde, que sólo puede encontrarse en la Península del Sinaí. Y concuerdan, en el estilo del arte y en el sistema de medidas empleado, con las estatuas de diorita de los constructores de pirámides de la tercera y cuarta dinastías de Egipto. Por otra parte, la única época posible de una ocupación babilónica de las canteras del Sinaí tiene que establecerse poco después de la terminación de la época en que fueron construidas las pirámides. Y sólo de este modo podemos comprender cómo el nombre de Sinaí pudo haberse derivado del de Sin, el dios lunar babilónico primitivo. Esto es muy lógico, pero, ¿cuál es la fecha asignada a estas dinastías? Las tablas sincrónicas de Sanchoniathon y de Manethon, o lo que quiera que quede de ellas, después que el santo Eusebio pudo manipularlas, han sido rechazadas.

Hay una ciudad sobre la faz de la Tierra a la que se conceden, por lo menos, 6.000 años, y es Eridu. La geología lo ha descubierto. Igualmente, según el profesor Sayce, ahora se tiene el tiempo necesario para la obstrucción del extremo del Golfo Pérsico, que exige un transcurso de 5.000 ó 6.000 años desde el período en que Eridu, que ahora está a veinticinco millas al interior, era el puerto de la desembocadura del Éufrates y el asiento del comercio babilónico con la Arabia del Sur y de la India. La nueva cronología da el tiempo para la larga serie de eclipses registrada en la gran obra astronómica llamada “Las Observaciones de Bel”. Asimismo podemos comprender el cambio en la posición del equinoccio vernal, de otro modo inexplicable, que ha ocurrido desde que nuestros presentes signos zodiacales fueron mencionados por los primeros astrónomos babilónicos. Cuando el calendario acadio fue arreglado y nombrados los meses acadios, el Sol, en el equinoccio vernal, no estaba, como ahora, en Piscis, ni aun en Aries, sino en Tauro. Siendo conocida la marcha de la precesión de los equinoccios, se nos dice que en el equinoccio vernal el Sol estaba en Tauro hace cosa de 4.700 años antes de Cristo, y de este modo obtenemos límites astronómicos de fechas que no pueden impugnarse. La nomenclatura de Sir Charles Lyell para las edades y períodos, así como las eras Secundaria Terciaria, de los períodos Eoceno, Mioceno y Plioceno, sirven para hacer estos hechos más comprensibles. Charles Lyell (1797-1875), fue un abogado y geólogo británico y uno de los fundadores de la Geología moderna. Lyell fue uno de los representantes más destacados del uniformismo y el gradualismo geológico. No se han concedido a estas edades y períodos duraciones fijas y determinadas, habiéndose asignado en diferentes ocasiones a una misma edad (como la era Terciaria) entre dos millones y medio y quince millones de años. Las Enseñanzas Esotéricas pueden mantenerse al margen de si la aparición del hombre se produjo en la era Secundaria o en la Terciaria. Si a esta última se le pueden conceder siquiera sean quince millones de años de duración, tanto mejor; pues la Doctrina Secreta, al paso que reserva celosamente sus cifras verdaderas y exactas en lo que concierne a la primera, segunda y dos terceras partes de la tercera raza raíz, presenta datos claros únicamente sobre el tiempo de la humanidad del actual Manu Vaivasvata. Otra afirmación definida es que, durante el llamado período Eoceno, el continente al que pertenecía la cuarta raza, la gran Atlántida, mostró los primeros síntomas de hundimiento, y que en la edad Miocena fue finalmente destruido, a excepción de la pequeña isla mencionada por Platón. Estos puntos tienen ahora que ser comprobados por los datos científicos.


Acerca de las antiguas razas y sus orígenes, la Ciencia apenas sabe nada. Asimismo, excepto Flammarion y unos cuantos astrónomos esotéricos, la mayor parte niega la habitabilidad de otros planetas. Sin embargo, parece que los hombres científicos de las antiguas razas sabían que había vida en Marte y Venus. Los antiguos científicos nos aseguran que todos los cataclismos geológicos, desde el levantamiento de los océanos, los diluvios, y las alteraciones de continentes, hasta los actuales ciclones, huracanes, terremotos, erupciones volcánicas, las olas de las mareas, y hasta el cambio de estaciones, que tienen perplejos a los científicos actuales, son debidos y dependen de la Luna y los planetas. Más aún, hasta las constelaciones más modestas tienen una influencia en los cambios meteorológicos y cósmicos  de nuestra Tierra. En todo caso, parece posible calcular la aproximada duración de los períodos geológicos, con los datos combinados de la ciencia y del ocultismo. La Geología, por supuesto, puede determinar casi con certeza el espesor de los diversos depósitos sedimentarios. Ahora bien, es sabido que el tiempo requerido para la deposición de un estrato en un fondo marino tiene que estar en estricta proporción con el espesor de la masa así formada. Sin duda alguna que la cuantía de la erosión de la tierra y de la aglomeración de la materia en los lechos oceánicos ha variado de una edad a otra, y que los cambios debidos a cataclismos de diferentes clases han roto la uniformidad de los procesos geológicos ordinarios. Así, pues, con tal que tengamos algunas bases numéricas definidas en que fundarnos, la tarea se hace menos dificultosa de lo que a primera vista aparece. El profesor Lefèvre nos presenta las cifras relativas que resumen el tiempo geológico. No intenta calcular los años transcurridos desde que se depositó el primer lecho de rocas laurentianas, pero representando a ese tiempo como X, nos presenta las proporciones relativas en que se hallan los diversos períodos respecto de él. La divisoria Laurentiana o divisoria del Norte es una de las grandes divisorias continentales de Norteamérica. Una divisoria que separa, a un lado, las aguas que fluyen hacia el este y el sur de Canadá y, al otro, las que discurren por el norte del Medio Oeste de Estados Unidos. Las aguas al norte de los altos de la divisoria fluyen hacia el océano Ártico a través de los ríos que desaguan en la bahía de Hudson o directamente en el Ártico. Las aguas al sur de la divisoria, a su vez, se abren paso por una variedad de sistemas de drenaje hasta el océano Atlántico, incluidos los sistemas de los Grandes Lagos y el río San Lorenzo, al este, o el del río Misisipí, que acaba en el golfo de México, al sur.

Algunas fuentes consideran que la bahía de Hudson forma parte del océano Atlántico, no del Ártico, lo que haría de la divisoria Laurentiana una divisoria menor entre mares y no entre océanos. El antropólogo inglés Edward Clodd (1840 – 1930), refiriéndose a la obra de M. de Mortillet,  Matériaux pour  l’Histoire de l’Homme, que coloca al hombre en la mitad del período Mioceno, observa que:  “Sería contrario a todo lo que enseña la doctrina de la evolución, sin que además se adquiriera el apoyo de los creyentes en una creación especial y en la invariabilidad de las especies, el buscar un mamífero tan altamente especializado como el hombre, en un período primitivo de la historia de la vida del globo”. A esto se podría contestar que la doctrina de la evolución, según Darwin y otros evolucionistas posteriores, no solamente no es infalible, sino que fue desechada por varios grandes hombres de ciencia, como De Quatrefages en Francia, el Dr. Weismann, un ex evolucionista, en Alemania, y muchos otros, que engrosaron las filas de los no darwinistas. Charles Gould, en su obra Mythical Monsters (“Monstruos mitológicos”), dice lo siguiente:  “Los hombres paleolíticos no conocían la alfarería ni el arte de tejer, y aparentemente carecían de animales domésticos y de sistemas de cultivo; pero los moradores neolíticos de los lagos de Suiza tenían telares, alfarería, cereales, ganados, caballos, etcétera. Ambas razas usaban utensilios de cuerno, de hueso y de madera; pero los de la más antigua se distinguen con frecuencia por estar esculpidos con gran habilidad o adornados con grabados animados representando varios animales existentes entonces; mientras que por parte del hombre neolítico aparece una ausencia marcada de semejantes habilidades artísticas”. No hay restos fósiles que prueben la especialización gradual progresiva desde tipos más primitivo a tipos más modernos. Además, con respecto a las llamadas hachas paleolíticas, si se las coloca al lado de las formas más toscas de hachas de piedra, usadas en el siglo XIX por los aborígenes australianos y otras tribus salvajes, no muestran apenas diferencias. Esto prueba que ha habido salvajes en todos los tiempos. Y la deducción debiera ser que ha podido haber también gente civilizada en aquellos tiempos, o sea, civilizaciones cultas contemporáneas de aquellos toscos salvajes. Una cosa semejante vimos en Egipto hace unos 7.000 años. Por otro lado, si el hombre no fuese más antiguo que en el período paleolítico, entonces no sería posible que hubiese tenido el tiempo necesario para su evolución desde un hipotético “eslabón perdido”. Pero todo indica que existió una especie humana superior a muchas de las razas que hoy existen. El hombre primitivo era, en algunos respectos, superior al actual. En cambio, el mono más antiguo conocido, el lemur, era menos antropoide que las especies pitecoides, con forma de simio, modernas.
La tosca hechura de los utensilios paleolíticos no prueba nada en contra de la idea de que, al lado de los que los fabricaron, existieron culturas altamente civilizadas. Se nos dice que sólo se ha explorado una parte muy pequeña de la superficie de la Tierra y, de ésta, una parte muy reducida consiste en superficies de tierras antiguas o formaciones de aguas recientes, en donde únicamente puede esperarse encontrar las huellas de las formas superiores de vida animal. Y aun éstas han sido exploradas tan imperfectamente, que donde ahora encontramos indudables restos humanos casi bajo nuestros pies, hace sólo pocos decenios que empezó a sospecharse su existencia. Es también relevante que, juntamente con las toscas hachas de los salvajes, los exploradores encuentran ejemplares de trabajos tan artísticos, que a duras penas podrían encontrarse entre los modernos campesinos de un país europeo, más que en casos excepcionales. Hemos tenido los más grandes pintores europeos coexistiendo con los esquimales modernos, que al igual que sus antecesores paleolíticos estaban dibujando bosquejos de animales y escenas de la caza con la punta de sus cuchillos. ¿Por qué no pudo pasar lo mismo en aquellos tiempos? Todo ello muestra de qué modo se trata de amoldar cada nuevo descubrimiento geológico a las teorías corrientes, en lugar de hacer que las teorías se adapten a los descubrimientos. Pero, ¿de dónde vino el primer germen de vida, si se rechazan tanto la generación espontánea como la intervención de fuerzas externas? El científico británico Sir William Thompson nos decía que los gérmenes de la vida orgánica vinieron a nuestra Tierra en algún meteoro. El profesor Thomas Huxley dice: “Si la doctrina del desarrollo progresivo es correcta en alguna de sus formas, tenemos que extender por largas épocas los cálculos más avanzados que hasta ahora se han hecho de la antigüedad del hombre”. La disputa entre los partidarios de la generación espontánea y sus adversarios terminó con la victoria provisional de los adversarios. Pero aun estos se ven forzados a admitir, como admiten Büchner, Tyndall y Huxley, que la generación espontánea tuvo que ocurrir una vez bajo ciertas “condiciones especiales”. Los hombres de ciencia esperan descubrir algún “eslabón perdido” pitecoide, con un cráneo mayor que el del mono, y con una capacidad craneal menor que la del hombre actual. Los dibujos hechos por supuestos salvajes paleolíticos, que se supone fueron tan salvaje como los animales con quienes vivía, no tiene nada que envidiar a un dibujo semejante hecho por cualquier escolar actual que no haya estudiado dibujo. En sus bosquejos vemos una representación correcta de las luces y sombras, que el artista copió directamente de la naturaleza, mostrando así un gran conocimiento de la anatomía y de la proporción. Se nos quiere hacer creer que el artista que grabó estos dibujos perteneció a los salvajes primitivos, contemporáneos del mamut y del rinoceronte lanudo, que algunos evolucionistas quisieron describirnos como un hipotético “hombre pitecoide”.

Estos grabados prueban que la evolución de las razas humanas ha tenido una serie de elevaciones  y caídas. Y que el hombre es, quizá, tan antiguo como la Tierra, una vez solidificada. Y que, si podemos llamar “hombre” a su antecesor “divino”, entonces es aún mucho más antiguo. Hasta el mismo Gabriel de Mortillet (1821 – 1898), arqueólogo y antropólogo francés, que en 1898 había establecido la sucesión cultural del hombre en las fases Achelense, Musteriense, Solutrense y Magdaleniense, y que experimentaba una vaga desconfianza en las conclusiones de los arqueólogos, escribe:  “Lo prehistórico es una nueva ciencia que está lejos, muy lejos de haber dicho su última palabra”. Según Charles Lyell (1797 – 1875), geólogo británico y uno de los fundadores de la Geología moderna:  “La constante expectación de llegar a encontrar un tipo inferior de cráneo humano, mientras más antigua sea la formación en que el hecho ocurra,  está basada en la teoría del desarrollo progresivo, la cual puede resultar cierta; sin embargo, debemos recordar que hasta hoy no tenemos ninguna prueba geológica clara de que la aparición de lo que se llaman las razas inferiores de la humanidad haya precedido siempre en el orden cronológico a la de las razas superiores”. Sin embargo, semejante prueba no ha sido encontrada hasta hoy. Esta opinión de Lyell coincide con lo que dice el filólogo, mitólogo y orientalista alemán Max Müller, contrario a la antropología darwinista. ¿Qué sabemos de las tribus salvajes aparte del último capítulo de su historia? Compárese esto con la opinión esotérica acerca de los australianos, de los bosquimanos, así como del hombre paleolítico europeo, como restos de una cultura perdida que prosperaba cuando la raza atlante estaba en su apogeo. ¿Podremos conocer alguna vez sus antecedentes? Su lenguaje prueba, en verdad, que estos llamados paganos, con sus complicados sistemas de mitología y sus costumbres no son criaturas de hoy ni de ayer. Tienen que ser mucho más antiguos o tan antiguos como los indos, los griegos y los romanos. Pueden haber pasado por tantas vicisitudes como aquéllos, y lo que consideramos como primitivo, pudiera ser, por lo que sabemos, una recaída en el estado salvaje. George Rawlinson, historiador inglés del siglo XIX, observa que: “El salvaje primitivo es un término familiar en la literatura moderna, pero no hay prueba alguna de que haya existido jamás. Más bien todo prueba lo  contrario”. En su obra Origen de las Naciones, añade: “Las tradiciones míticas de casi todas las naciones colocan al principio de la historia de la humanidad un tiempo de dicha y perfección, una Edad de Oro que no tiene rasgo alguno de salvajismo o barbarie, sino muchos de civilización y refinamiento”.

Los restos encontrados en la cueva de Devon (Inglaterra), ¿prueban que no hubiera entonces razas contemporáneas altamente civilizadas? Cuando la población actual en la Tierra haya desaparecido, y algunos arqueólogos de una hipotética raza futura desentierren los utensilios domésticos de una de nuestras tribus de la selva amazónica ¿estará justificado que saquen la conclusión de que la humanidad del siglo XX estaba “saliendo de la edad de piedra”? Otra inconsecuencia extraña de las teorías científicas es que al hombre neolítico se le muestre como un salvaje mucho más primitivo que el paleolítico. Recordamos que el Neolítico, nueva Edad de Piedra, junto al Paleolítico, antigua Edad de Piedra, es uno de los periodos en que se considera dividida la Edad de Piedra. El término fue acuñado por John Lubbock en su obra de 1865, que lleva por título Prehistoric Times. Inicialmente se le dio este nombre en razón de los hallazgos de herramientas de piedra pulimentada que parecían acompañar al desarrollo y expansión de la agricultura. Hoy en día se define el Neolíticoprecisamente en razón del conocimiento y uso de la agricultura o de la ganadería. Normalmente, pero no necesariamente, va acompañado por el trabajo en alfarería. La etapa de transición entre el Paleolítico y el Neolíticose conoce como Mesolítico, mientras que las fases del Paleolítico tardío, contemporáneas con el Neolítico y el Mesolítico en otras regiones del planeta, se conocen como Epipaleolítico. Se denomina Subneolítico a un pueblo o comunidad de economía cazadora-recolectora que recibe algún influjo de tipo neolítico, típicamente la alfarería, de sus vecinos agricultores. Aunque Neolítico se traduce literalmente como ‘Nueva edad de Piedra’, quizás sería más apropiado llamarlo ‘Edad de la Piedra Pulimentada’; sin olvidar que la principal característica que define actualmente este período no es otra que una nueva forma de vida basada en la producción de alimentos a partir de especies vegetales y animales domesticadas. Abarca distintos períodos temporales según los lugares. Se sitúa entre el 7000 a. C. y el 4000 a. C. aproximadamente. Este período se inició en el Kurdistán hacia el 8000 a. C. y se difundió lentamente, sin que en Europa pueda hablarse de Neolítico hasta fechas posteriores al 5000 a. C. A medida que retrocedemos desde el hombre neolítico al paleolítico, los utensilios de piedra se convierten en toscas y pesadas herramientas, en lugar de instrumentos pulimentados de formas primorosas. La alfarería y otras artes útiles desaparecen a medida que descendemos en la escala. Y sin embargo, los paleolíticos podían grabar impresionantes dibujos.

El hombre paleolítico vivía en cuevas que compartía con hienas y leones, mientras que el hombre neolítico vivía en aldeas y edificios lacustres. Todos los que han seguido, aunque no sea sino superficialmente, los descubrimientos geológicos de nuestros días, saben que se encuentra un progreso gradual en las obras de arte, desde las primeras toscas hachas paleolíticas, a las relativamente primorosas hachas de piedra de aquella parte del período Neolítico que precedió inmediatamente al uso de los metales. Pero esto es en Europa, de la que sólo unas pocas áreas se acababan de levantar sobre las aguas en los días finales de la civilización atlante. Entonces, lo mismo que ahora, coexistían rudos salvajes y pueblos altamente civilizados. Si dentro de 50.000 años se desenterrasen los restos de pueblos bosquimanos pigmeos, en alguna caverna del África, juntamente con elefantes pigmeos mucho más antiguos, tales como los que se encontraron en las cuevas de Malta por parte de Milne Edwards, ¿sería esa una razón para sostener que en nuestra época todos los hombres y todos los elefantes eran pigmeos? O si se encontrasen las armas de los pueblos Veddas del siglo XIX, en Sri Lanka (antes Ceilán), ¿estaría justificado clasificarnos a todos como salvajes paleolíticos? Todos los descubrimientos que los geólogos desentierran en Europa pueden no ser anteriores al período Eoceno, puesto que muchas tierras de Europa estaban bajo las aguas antes de aquel período. Tampoco es válido decir que aquellos esmerados dibujos de animales y hombres fueron hechos por el hombre paleolítico hacia el final del período rengífero, pues esta explicación sería muy dudosa, dada la ignorancia existente sobre la verdadera duración de los períodos. Los Vedas no promueven los ídolos, pero sí todos los escritos indos modernos.  En las primeras tumbas de Egipto y en los restos de las ciudades prehistóricas desenterradas por el doctor Schliemann, se encuentran en abundancia imágenes de diosas con cabezas de lechuzas y de bueyes, y otras figuras simbólicas o ídolos. Pero cuando nos remontamos a los tiempos neolíticos, ya no se encuentran tales ídolos, o, si se encuentran, es tan raramente, que los arqueólogos discuten todavía su existencia. Los únicos que parece que han sido ídolos son los descubiertos en algunas cuevas artificiales del período Neolítico, que parecían representar figuras de mujer al tamaño natural, aunque pueden haber sido sencillamente estatuas.

De todos modos, todo esto es una de las muchas pruebas de la elevación y caída cíclicas de las civilizaciones y de las religiones. El hecho de que oficialmente no se hayan encontrado hasta ahora vestigios de restos humanos o esqueletos antes de las épocas Terciaria o Cuaternaria, aunque los pedernales descubiertos por el Abate Bourgeois puedan servir de aviso, parece indicar la verdad de la siguiente declaración esotérica: “Busca los restos de sus antepasados en los sitios elevados. Los valles se han convertido en montañas, y las montañas se han hundido en el fondo de los mares”. La humanidad atlante, reducida a una tercera parte de su población después del último cataclismo, en lugar de establecerse en los nuevos continentes e islas que volvían a aparecer, mientras que las tierras precedentes formaban los lechos de nuevos océanos, abandonaron lo que hoy es Europa y partes del Asia y África, por las cúspides de montañas gigantescas. Los mares que rodeaban algunas de éstas, se retiraron, dando lugar a las planicies del Asia Central. El ejemplo más interesante de esta marcha progresiva lo proporciona quizá la célebre caverna de Kent, en Torquay, suroeste de Inglaterra. En aquel extraño lugar, socavado por el agua en la piedra caliza devoniana, vemos uno de los anales más curiosos conservados para nosotros en las memorias geológicas de la Tierra. Bajo los bloques calizos amontonados en el suelo de la caverna, se descubrieron, enterrados en un depósito de tierra negra, muchos utensilios del período Neolítico de una ejecución excelente, con unos cuantos fragmentos de alfarería, que posiblemente podían atribuirse a la era de la colonización romana, salvo por el hecho de estar un una zona neolítica. No existe allí rastro alguno del hombre paleolítico; ningún pedernal ni rastro de los animales extinguidos del Cuaternario. Sin embargo, cuando se profundiza a través de la densa capa de estalagmitas en la tierra roja que se halla bajo la negra, y que, por supuesto, constituyó una vez el suelo de aquel lugar, las cosas toman un aspecto muy distinto. No se ve ningún utensilio capaz de sufrir comparación con las armas finamente cortadas que se encuentran en las capas superiores. Sólo una porción de pequeñas hachas toscas amontonadas, con las que tenemos que creer que los monstruosos gigantes del mundo animal eran domados y muertos por el hombre pigmeo, y de raspadores de la edad Paleolítica, mezclados confusamente con huesos de especies que se han extinguido o emigraron impulsadas por el cambio de clima. Y se dice que el artífice de estas toscas hachas que vemos es el mismo que esculpió los magníficos dibujos.

En todos los casos nos encontramos con el mismo testimonio, que desde el hombre histórico al neolítico y del neolítico al paleolítico, el estado de cosas se desliza en retroceso desde los rudimentos de la civilización a la barbarie más completa, siempre en Europa. Se nos presenta igualmente la “edad del mamut”, en el extremo de la primera división de la edad Paleolítica, en la cual la extrema tosquedad de los instrumentos llega a su máximum, y en que la apariencia  brutal de los cráneos contemporáneos, tales como el de Neanderthal, señala aparentemente un tipo inferior de humanidad. Pero ellos pueden señalar tal vez una especie de hombres completamente distinta de nuestra Humanidad actual. El antropólogo Isaac de La Perèyre publicó la llamada teoría Preadamita, según la cual Adam no había sido el primer hombre, y el gran diluvio universal habría sido apenas un evento local. Hoy en día, la teoría Preadamita no escandalizaría ni a sectores religiosos, pero en esa época fue una novedad. Los primeros tasmanos se asentaron en la zona hace al menos 35.000 años. Aunque inicialmente debieron poseer una tecnología similar a los australianos del sur, las condiciones ecológicas de Tasmania hicieron que se abandonaran algunas tecnologías, con lo cual hacia 1642, cuando fueron visitados por primera vez por los europeos, claramente estaban menos avanzados que los aborígenes continentales, que pulían piedras para utilizarlas como armas. Probablemente en el siglo XVII eran uno de los grupos humanos con la cultura material más simple que se conoce. La información que existe sobre los tasmanos parte de los primeros colonos y estudiosos franceses e ingleses que se establecieron en la isla. Según estas fuentes los aborígenes eran poco agraciados y de estatura baja, con una media de 1,60 metros. Andaban desnudos y llevaban el cuerpo cubierto de cicatrices simétricas. Su forma de vida nómada no incluía la domesticación de animales y no conocían el uso de la agricultura. Y ni siquiera los tasmanos de la costa se alimentaban de pescado, ya que no sabían pescar. Su sociedad no conocía rangos jerárquicos y los hombres más valientes en la guerra o caza se convertían en jefes. Practicaban la poligamia y sus refugios consistían en refugios de ramas. El científico norteamericano Jared Diamond explica que el retraso tecnológico de los tasmanos fue una consecuencia del aislamiento. De hecho, algunas islas más pequeñas al norte de Tasmania, como la isla Flinders que también estuvo poblada hace unos 35.000 años, albergó presencia humana hasta al menos hace 4.500 años, cuando algún tipo de cataclismo acabó por extinguir a la población y nunca más fue habitada. Tasmania, al ser más grande, presentaba mejores ventajas de adaptación. Y Australia, aún mucho mayor, permitió una cultura material substancialmente más compleja.

Como quiera que sea, el hombre fósil de Europa no puede probar ni impugnar la antigüedad del hombre en esta Tierra, ni la edad de sus primeras civilizaciones. En cuanto a la prueba de la antigüedad que los esotéricos asignan al hombre, tienen de su parte al mismo Darwin y a Lyell. Este último confiesa que los naturalistas han obtenido ya pruebas de la existencia del hombre en un período tan remoto, que ha habido tiempo para que muchos mamíferos, que fueron sus contemporáneos, se hayan extinguido. A pesar del largo transcurso de las edades prehistóricas, durante las cuales el hombre ha debido habitar la tierra, no hay  pruebas de cambio alguno perceptible en su estructura corporal. Por lo tanto, si ha divergido alguna vez de un sucesor bruto irracional, tenemos que suponer que ha existido en una época mucho más distante, probablemente en algunos continentes o islas sumergidos ahora bajo el Océano. Así, pues, se sospecha la desaparición periódica de continentes. Que los mundos y también las razas o especies son destruidos periódicamente por el fuego, mediante volcanes y terremotos, y el agua, y se renuevan periódicamente, es una doctrina tan vieja como el hombre. Manu, Hermes, los caldeos, toda la antigüedad, creían en esto. Se supone que por dos veces ha cambiado por el fuego la faz de la Tierra, y dos por el agua, desde que el hombre apareció en ella. Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de su superficie, lo mismo sucede con el agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y del agua, cambio de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas, y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra. Los astrónomos pueden encogerse de hombros ante la idea de un cambio periódico en el eje de la Tierra, aunque ahora ya se empieza a aceptar. Para ello es ilustrativa la conversación que se lee en el misterioso Libro de Enoc, entre Noé y su abuelo Enoc: “En esos días Noé vio que la tierra estaba amenazada de ruina y que su destrucción era inminente; y partió de allí y fue hasta los extremos de la tierra; le gritó fuerte a su abuelo Enoc y le dijo tres veces con voz amargada: ¡Escúchame, escúchame, escúchame! Yo le dije: Dime, ¿Qué es lo que está pasando sobre la tierra para que sufra tan grave apuro y tiemble? Quizá yo pereceré con ella. Tras esto hubo una gran sacudida sobre la tierra y luego una voz se hizo oír desde el cielo y yo caí sobre mi rostro. Y Enoc, mi abuelo, vino, se mantuvo cerca de mí y me dijo: ¿Por qué me has gritado con amargura y llanto?. Después fue expedida un orden desde la presencia del Señor de los espíritus sobre los que viven en la tierra, para que se cumpliera su ruina, porque todos han conocido los misterios de los Vigilantes, toda la violencia de los Satanes, todos sus poderes secretos, el poder de los maleficios, el poder de los hechiceros y el poder de quienes funden artículos de metal para toda la tierra: cómo la plata se produce del polvo de la tierra, cómo el estaño se origina en la tierra, pero el plomo y el bronce no son producidos por la tierra como la primera, sino que una fuente los produce y hay un ángel prominente que permanece allí. Luego, mi abuelo Enoc me tomó por la mano, me levantó y me dijo: Vete, porque le he preguntado al Señor de los espíritus sobre esta sacudida de la tierra”.

La alegoría es, sin embargo, un hecho astronómico y geológico comprobable. Existe un cambio secular en la inclinación del eje de la Tierra, y su periodicidad se halla registrada en uno de los grandes Ciclos Secretos. Lo mismo que en muchas otras cuestiones, la Ciencia marcha gradualmente hacia el modo de pensar de los ocultistas. El doctor Henry Wodwaord  escribió en Popular Science Review: “Si fuera necesario recurrir a causas extraordinarias para explicar el gran aumento del hielo en este período glacial, preferiría la teoría expuesta por el doctor Robert Hooke, en 1688; después por Sir Richard Phillips y otros; y últimamente por Mr. Thomas Belt. A saber: un ligero aumento en la presente oblicuidad de la eclíptica, proposición que está en perfecto acuerdo con otros hechos astronómicos conocidos, y cuya introducción no envuelve perturbación alguna de la armonía esencial a nuestro estado cósmico, como unidad en el gran sistema solar”. En una conferencia de William Pengelly, geólogo y arqueólogo aficionado británico, dada en marzo de 1885, sobre “El Lago Extinguido de Bovery Tracey”, muestra la vacilación, frente a todos los testimonios, en favor de la Atlántida: “Higueras siempre verdes, laureles, palmeras y helechos con gigantescos rizomas, tienen sus existentes congéneres  en un clima subtropical, semejante indudablemente al que había en el Devonshire en los tiempos Miocenos y, por tanto, deben ponernos en guardia, siempre que el clima actual de alguna región se considere normal. Por otra parte, cuando se encuentran plantas miocenas en la Isla Disco, costa occidental de la Groenlandia, entre los 69º 20’ y 70º 30’ lat. N.; cuando sabemos que entre ellas había dos especies que se encuentran también en Bovey (Sequoia couttsiae, Quercus lyelli); cuando citando al profesor Heer, vemos que la espléndida siempreviva (Magnolia inglefieldi) maduraba sus frutos tan lejos hacia el Norte como el paralelo de 70 º. Cuando vemos también que el número, variedad y exuberancia de las plantas miocenas de la Groenlandia han sido tales, que si la tierra hubiese llegado al Polo hubieran florecido allí mismo algunas de ellas, según toda probabilidad. El problema de los cambios de clima se presenta claramente a la vista, aunque sólo para ser desechado, al parecer, con el sentimiento de que el tiempo de su solución no ha llegado aún”. Parece ser que todos admiten que las plantas miocenas de Europa tienen sus análogas, las más parecidas y más numerosas que existen, en la América del Norte; y de aquí se origina la pregunta: ¿cómo se efectuó la migración desde un área a la otra?

¿Hubo una Atlántida, como algunos creen, que ocupaba el área del Atlántico del Norte? Dado, como declaran los geólogos, que “los Alpes han adquirido 4.000 pies y en algunos sitios más de 10.000 de su presente altitud desde el principio del período Eoceno”, una depresión posterior al mioceno pudo haber hundido la hipotética Atlántida en profundidades casi insondables. Pero una Atlántida es aparentemente innecesaria y fuera de lugar. Según el profesor Oliver: “Subsiste una estrecha y curiosa analogía entre la flora de la Europa Central Terciaria y las Floras recientes de los Estados de América y de la región japonesa; analogía mucho más estrecha e íntima que la que se encuentra entre la Flora Terciaria y la reciente en Europa”. Vemos que el elemento terciario del Antiguo Mundo es más preponderante hacia su margen oriental, en rasgos que dan especialmente un carácter a la flora fósil. En las islas del Japón, este acceso del elemento terciario es más bien gradual y no repentino. Aunque allí alcanza un máximo, podemos seguir su huella en el Mediterráneo, Levante, Cáucaso y Persia; luego a lo largo del Himalaya y a través de la China. Se nos dice también que durante la época Terciaria crecían en el Noroeste de América duplicados de los géneros miocenos de la Europa Central. Observamos, además, que la flora presente de las islas atlánticas no presenta pruebas substanciales de una comunicación directa anterior con el continente del Nuevo Mundo. La consideración de estos hechos hace suponer que las pruebas de la Botánica no favorecen la hipótesis de una Atlántida. Por otra parte, apoya la opinión de que, en algún período de la época Terciaria, el Nordeste de Asia estaba unido al Noroeste de América, quizá por la línea que marca en la actualidad la cadena de las islas Aleutianas. Pero nada que no sea un hombre pitecoide satisfará a los buscadores del hipotético “eslabón perdido”. Sin embargo, si bajo los vastos lechos del Atlántico, desde el Pico de Tenerife a Gibraltar, antiguo emplazamiento de la perdida Atlántida, se registrasen a millas de profundidad todas las capas submarinas, no se encontraría un cráneo tal que satisficiese a los darwinistas. Según observa el doctor C. R. Bree: “no habiéndose descubierto ningún eslabón perdido entre el hombre y el mono, en formaciones sobre las capas terciarias, si estas formas se han hundido con los continentes cubiertos hoy por el mar, podrían todavía encontrarse-en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas que no se han hundido en el fondo del mar”.

En su obra Fallacies of Darwinism, el doctor C. R. Bree dice: “Mr. Darwin dice justamente que la diferencia física, y más especialmente la mental, entre la forma más ínfima del hombre y el mono antropomorfo superior, es enorme. Por tanto, el tiempo, que en la evolución darwinista debe ser casi inconcebiblemente lento, tuvo que haber sido enorme también durante el desenvolvimiento del hombre desde el monoAsí, pues, las probabilidades de que se hallen algunas de estas variedades en las diversas formaciones de aguas dulces sobre las capas terciarias, deben ser muchas. ¡Y, sin embargo, ni una sola variedad, ni un solo ejemplar de un ser intermedio entre el hombre y el mono, se ha encontrado jamás! Ni en los bancos de arcilla, ni en los lechos de las aguas dulces, ni en sus arenas y bancos, ni en las capas terciarias o debajo de ellas, se han descubierto jamás restos de individuos de las familias que faltan entre el hombre y el mono que, según Charles Darwin, se  supone que han existido. ¿Es que se han hundido con la depresión de la superficie de la tierra, y se hallan ahora cubiertos por el mar? Si es así, hay toda probabilidad de que se encuentren también en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas, que no se han hundido en el fondo del mar; siendo aún más improbable que algunas porciones no sean extraídas de los lechos del Océano, como los restos del mamut y del rinoceronte, que se encuentra también en los lechos de aguas dulces y en los acarreos y bancos. El famoso cráneo de Neanderthal, acerca del cual se ha hablado tanto, pertenece, según se ha dicho, a este remoto período (edades del bronce y de piedra) y, sin embargo, presenta inmensas diferencias con el mono antropomorfo más elevado conocido”. Pasando nuestro planeta por periódicas convulsiones, cada vez que vuelve a despertar para un nuevo período de actividad, parece completamente imposible que se encuentren fósiles pertenecientes a épocas anteriores, ni en sus capas geológicas más antiguas, ni en las más recientes. Cada nuevo Manvántara, una era de Manu y una medida de tiempo astronómico hindú, trae consigo la renovación de las formas, tipos y especies. Todos los tipos de las formas orgánicas precedentes, vegetales, animales y humanos, cambian y se perfeccionan en la siguiente, hasta el mineral mismo, que ha recibido su opacidad y dureza últimas. Sus partes más blandas formaron la vegetación presente y los restos astrales de la vegetación y fauna anteriores fueron utilizados en la formación de los animales inferiores y en determinar la estructura de los tipos raíces primitivos de los mamíferos más elevados.

Fuentes:

  • Artículo de este Blog: Eras Geológicas de la Tierra
  • Artículo de este Blog: ¿Qué sabemos realmente sobre la antigüedad de la Tierra y de los seres humanos?
  • Artículo de este Blog: Las edades glaciales en la Tierra
  • H.P. Blavatsky – La Doctrina Secreta
  • Edward J. Tarbuck – Ciencias de la Tierra
  • Gorshkov – Geología General
  • Hugo Rivera Mantilla – Geología General
  • Santiago Escuain – La Edad de las Formaciones Geológicas
  • Antón Uriarte Cantolla – Historia del Clima de la Tierra
  • Jean Louis Rodolphe Agassiz – Études sur les glaciers
  • William McGuire “Bill” Bryson – Una breve historia de casi todo

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